jueves, 31 de mayo de 2012

Las tetas del Kremlin

He tenido que correr, la verdad. Correr hasta casa para escribirlo, para venir a contarlo aquí, a vomitarlo, o lo que sea, a escupíroslo a vosotrxs, por que me ayudeis a deglutirlo.

Termino de dar una clase y salgo a la calle. La calle en su sitio. Calor, cosas, lo de siempre. La ausencia de mar y lo que queda de las ciudades. Saco el móvil, tuiteo cualquier cosa, leo tres menciones y me encuentro con Vancouver. Vancouver es una canadiense con la que coincido en clases de teatro. Ni que decir tiene que Vancouver no se llama Vancouver, pero lo cierto es que todxs la llamamos así. Está con una compañera, también guiri, deduzco, por su aspecto y su manera de saludar. Vancouver nos presenta, pero yo no recuerdo su nombre, sólo recuerdo que es rusa, y que ambas coinciden en clase de español para extranjerxs en la EOI. Me dicen que hoy no han ido, les enseño lo de "hacer pellas", y alguna otra cosa. Les comento que lo mejor para aprender un idioma -pienso en la palabra idosincrasia, pero no soy tan gilipollas de utilizarla- es tomarse unas cañas con sus hablantes. Vancouver está de acuerdo, pero Urs me dice que no (decido llamar Urs, por razones obvias, a la chica rusa de cuyo nombre no logro acordarme). Urs dice que a ella le interesa más la gramática, y que en realidad el español que se habla en la calle, es a veces un poco mal sonante. Me dice que utilizamos "palabras feas". Me sorprendo, y le digo que no hay palabra fea, y que, en todo caso, esas palabras a las que se refiere, tienen, casi siempre, un valor enfático en la oración, y añado que la polisemia en castellano es más que frecuente. Le digo, además, que la historia de la literatura escrita en castellano está llena de obras maestras a nivel mundial, que están llenas de ese tipo de términos, desde Cervantes hasta Quevedo -por ponerle ejemplos clásicos-, sin olvidar la "puta vieja" de La Celestina. Urs mira a Vancouver, como sorprendida, pero sobretodo horrorizada por eco de "puta vieja" y Vancouver le aclara que yo soy profe de lengua castellana y que estudié Filología y literatura.

La conversación sigue, y Vancouver señala que, lo que a ella no le gusta es el machismo que se esconde tras ese tipo de expresiones en castellano; que no le mola que el castellano sea una lengua machista, vaya. Le digo que le pasaré, si quiere, un manual en pdf sobre usos del lenguaje no sexista, y ahí queda la cosa. Urs me pregunta por un par de términos -quiere hacer su clase de gramática en medio de la calle-, aclaro sus acepciones, y a la luz de algún "joder" mío, Urs vuelve a lo de las "palabras feas" y me dice que su marido, español, le dice que "ese tipo de palabras no son para que las digan las mujeres". Y ya ahí es cuando yo me pongo verde y después azul, y le digo que lo siento mucho, pero que, que yo sepa, no hay palabras para hombres y palabras para mujeres, y que su marido es un claro ejemplo de machismo patrio, del que me avergüenzo más como hispanista que como españolx. Me dice que no, hace gesto como de pensar y mientras sonríe dice que bueno, que puede que un poco (esto es acojonante). Pero añade que ella está de acuerdo, y que cree que en España, las mujeres tenemos "complejo de inferioridad con el machismo" y que en Rusia esto del machismo no pasa. Aquí ya me pongo de todos los colores, y le pregunto si conoce al grupo Voina (artivistas rusos -por utilizar el término de activismo+arte ideado por @shangay) a los que también se acerca @zeldajohns en el último número de Una buena barba. Me dice que no. Vale. Pienso en las Pusy Riot y a ellas sí que las conoce. Me dice que a ella no le gusta que vengan a mearse en su casa, y que hay unas normas, unas leyes que deben cumplirse y añade -como esperando que yo me pusiera a la defensiva-, que aquí también las hay "con vuestra iglesia," me dice. Le digo que yo no soy de ninguna iglesia, y que por supuesto que las hay, y son igual de repugnantes.
Le pongo el caso de Krahe -no lo conocía- y su "Cómo cocinar un Cristo", y le digo que el arte, a lo largo de la historia, ha tenido una función de denuncia, de crítica, poniendo de manifiesto lo podrido del sistema, sacando a la luz la caca y, claro, la caca, huele cuando se airea. Le digo también que no se puede juzgar la irreverencia, ni la opinión, ni la crítica. Ella vuelve a las Riot y dice que en Rusia hay unas normas y unas leyes y que si te las saltas, ya sabes a qué atenerte. Le recuerdo que en la alemania nazi no se tomó ni una sola decisión que no amparasen las leyes, holocausto y exterminio incluido, a lo que ella responde "hay unas normas". Pienso en Krahe, en su cristo, y después en la ensaladilla rusa y en el modo de fusionar ambas recetas, respiro hasta mil y Vancouver interviene -lo hacía de vez en cuando, para señalar que es cierto, que debemos ser críticxs con las normas, que no sólo hay que cumplirlas, que hay que (re)pensarlas. Le pongo también, en relación al caso -ya que insiste en que aquí también- el caso de sin tetas no hay capilla, y aunque queda sorprendida de que dentro de algunas universidades públicas haya lugares de culto católico, no es capaz de enlazar ese hecho con la respuesta -más que necesaria- de la apuesta del artivismo tetil del febrero feminista de la Complu. A todo esto, añade que ella es budista, -aquí ya mis oídos sangran- y que ellos tienen una ley que es que todas las cosas tienen sus efectos. Le digo que muy bien, que eso ya lo dice Hume, pero que decir eso no es, en realidad, decir gran cosa, y que no todo tiene el efecto esperado y que el mundo no es tan absolutamente maniqueo. Me pregunta que quién es Hume, y le digo que un filósofo que no era budista.

Urs, retoma, parece odiar a las Pusy Riot, estar satisfecha del castigo merecido que han pagado, y dice que el arte está bien, pero que ella es más de Tolstoi. Caramba. Tolstoi. Le pregunto si se refiere al mismo Tolstoi que fue excomulgado por la misma iglesia que critican las Riot Grrrls, a ese que las pasó "putas" (sí, palabra malsonante) en su propio país, el que inspiró el activismo vegano, el naturalismo y la desobediencia pasiva (que las Riot también practican); le pregunto si es ese mismo Tolstoi que inpiró a insurrectos como Gandhi o Luther King, y me dice que no, que ese no, que el que enseñaba a los niños en las escuelas. FUCK! Le digo que es el mismo. Y añado que las Riot también dan apoyo y cobertura a migrantes, a prostitutxs, a colectivos para los que su Kremlim se caga vivo una y mil veces, igualito que el nuestro, claro, e igualito que en tiempos de Tolstoi, de Cervantes o de Galileo. Y me dice que, atención, "mejor que arte, lo que deberían hacer es barrer las calles de San Petersburgo, que están muy sucias". Vancouver se arranca con un no no no, eso sí que no, y con una especie de risa nerviosa que parece decir "con quién demonios he estado yo practicando español este tiempo", y yo me despido del tribunal inquisitivo del Kremlim con un "y sin embargo, se mueve", que me trae hasta la silla a vomitarlo.

Hale, ahí teneis. ¡Que vaya bien la digestión, amigxs!

Ah, y si os da por pensar y repensar el (in)mundo, poneos a barrer, que es lo que nunca teníais que haber dejado de hacer, ¡zorras inmundas!.

miércoles, 2 de mayo de 2012

La lengua, sus macarras y las putas de El Raval

Ultimamente, tengo la sensación de que las palabras están tan maltratadas como las putas de El Raval. Las manosean unxs, las utilizan otrxs, las embadurnan lxs de más allá haciendo que no sean jamás lo que fueron, que no designen lo que han de nombrar, sino lo que quieren que digan lxs que mal pagan, y todxs sin excepción, se ponen de acuerdo en una cosa: las palabras, como las putas de El Raval, sobran. O al menos sobran sus sombras, sus ecos, sus consecuencias. Por eso es mejor esconderlas, camuflarlas, retorcerlas hasta el paroxismo, hasta hacerlas parecer un ridículo fantoche despreciable y antagónico de sí mismo. Pero las palabras, como las putas de El Raval, están ahí, y dicen cosas.
O lo intentan, por lo menos.

Tradicionalmente, hay ciertos significados que no nos cuesta mucho asociar con determinadas ideas, pero en estos tiempos que corren, lxs macarras de la lengua se empeñan en vaciar de significado para, después, como por arte de magia, revirar ése mismo para que las palabras ya no signifiquen lo que son, sino lo que lxs macarras de la lengua quieren que signifiquen. Yo lo llamo macarrismo lingüístico por sustitución semántica, para cuyo proceso se necesita otro término con mejor prensa que el que quiere venir a sustituir, para que lo que se quiere decir sea lo mismo, pero parezca lo contrario. Tradicionalmente, a este elemento de sustitución se le conoce como eufemismo, pero los macarras de la lengua llevan tan lejos el asunto, que sería un eufemismo llamar eufemismo al término sustitutivo. Veamos algún ejemplo:

'Privatizar' (término cuya raíz denota 'privación', y alude a verbos como 'quitar', 'despojar', 'eliminar' o 'prohibir'. Tiene, por tanto, un significado que, digamos, se asocia con facilidad al campo semántico negativo y, por tanto, no 'vendible' o persuasivo para elx consumidorx, digo, ciudadanx. Así que, se procede a iniciar el proceso de macarrismo lingüístico, esto es, sustituir este término, no por otro menos agresivo, qué va, sino por otro, decididamente molón. Y se elige, por ejemplo, el término 'Liberalizar', cuyas inferencias semánticas nos llevan a las antípodas del significado del término al que sustituye, Así, 'liberalizar' nos lleva a pensar en 'libertad' que, fíjensé qué cosas, es justo lo contrario de lo que significaba la palabra primera. Si ustedes preguntaran a uno de estxs macarras lingüísticxs por qué optan por este término, probablemente les dirían que tiene que ver con las políticas económicas llamadas "liberales", pero eso no explica su negativa a utilizar el término 'privatizar', que es, precisamente, convertir en 'privado' lo que antes era público. La clave es ésa: que la política de máxima audiencia se ha convertido en una máquina de chulear palabras, de ningunearlas, de cambiarlas por otras, de violarlas, usurparlas, denostarlas y usarlas a su antojo para después tirarlas, esconderlas o, directamente, decir que no existen, como las putas de El Raval.

Después, ya se sabe, todx macarra tiene sus mamporrerxs, sus matonxs a sueldo, sus telepredicadorxs a tiempo completo, que son lxs que se encargan de difundir una y otra vez, una y otra vez, este tipo de usos lingüísticos en sus informativos, en sus medios audiovisuales y escritos, en sus máximas audiencias, ataviado todo ello con un impostado rigor que es el que, y aquí está lo peligroso, sienta las bases de la norma, osea, de cómo se debe hablar, sin que ningúnx académicx, filólogx o lingüista se lleve las manos a la cabeza por ello. Es mucho más importante andar a vueltas con las aes y las oes, tocando las gónadas al activismo feminista, que pararles los pies a los macarras de la lengua y a esa violencia semántica que se gastan quienes utilizan la lengua al arbitrio de sus insaciables deseos, follándose las palabras y de gratis para, después darles, como a las putas de El Raval, una patada al culo de sus significados.