jueves, 5 de junio de 2014

EL REY Y LAS RIMAS

El rey quiere abdicar. Los reyes siempre queriendo hacer cosas extrañas. Abdicar. ¿Qué mierda de verbo es ese? ¿Qué sinrazón se esconde en cierta gramática como para que algunas pronunciaciones decididamente sincopadas, condicionen el devenir de un pueblo y de sus gentes? Abdicar. Del latín abdicatio. Renegar, renunciar.
Pues bien. Renegar. Está bien. Negar dos veces es confirmarse en la negativa de la fe.
El rey abdica y muchas fuimos a la calle a decir que no queremos rey. Ni reina, tampoco. Ni un rey moderno, ni preparado, ni progre, ni políglota, ni listo que te cagas. Ni maricón siquiera. Ni bollera. Tampoco queremos una reina bollera, ni trans, ni creep, ni tullida, ni gorda, ni puta. Si ya nos cabrea la omnipresente jerarquía estructural de cada cosa de este mundo persistentemente piramidal, que el ascenso a la pirámide se democratice, al menos. O que se democratice todo lo posible. Ya sé que "democratizar" es un verbo funesto, cuyo origen tiene más que ver con los calcos de los redactores de los manuales de estilo que con Virgilio, pero si tengo que elegir un modo, prefiero el que me deja elegir a quien después elegirá. No quiero que dios, por más bollera y negra que sea, ni el linaje ni la biología, ni ningún otro agente esotérico de absolutismo feroz y concienzudamente rimbombante, haga las veces de mí y de todas las demás qu eno son yo, pero que viven conmigo.

Salí a la calle para decir que el verbo abdicar viene del latín. Salí a la calle porque, después de todo, era un buen momento para salir a la calle, para hacerlo, después de todo. No para pedir República, la república no es garante de nada, pero sí para exigir que es de recibo que sea alguien elegido por la gente quien, durante un periodo breve, y sujeto a la obediencia, se deba a la gestión de lo que es de aquella.

La gente llevaba banderas de la república. Los hombres llevaban banderas de la república. Y tenían bocas grandes como de haber gritado dragones feroces saliendo airados de entre la lenguas y los dientes. Dientes de hombres ensalivados y voraces, ávidos, muchos, de dolores más grandes para poder gritar más fuerte dragones abisales. Los hombres escupen saliva y fuego, y gritan república con saliva pétrea, y fuman tabaco de liar y escupen todo el rato. Los hombres lo llenan todo de cosas con sus cosas de hombre y sus salivas densas y compostadas, ocupan los espacios y ocupan la calle, y el horizonte y los abismos. Los hombres están por todas partes. Tienen mujeres, pero sobretodo tienen bares y bocas por las que salen disparadas presencias ensordecedoras y huecas, que resuenan una y otra vez, haciéndose presentes.
Lo llenan todo de ellos. Los hombres. Los hombres y sus banderas, y sus bocas, y sus dientes. Los hombres y sus espaldas, y esa manera de estar en el mundo, como si a nadie más pudiera pertenecer éste, después de todo. Los hombres, como los monarcas, lo llenan todo de ellos.

Se amotinan, se organizan, se palmean las espaldas, se miden las fuerzas con los cuellos ergidos en las calles, se adelantan a sí mismos caminando toscos, recios, avezados. Gritan consignas, todo lo ocupan. Reyes. Reyes. Reyes. Piden república con voces de hombre, con voces de quienes se saben herederos de un trono; piden república con voces de rey y piden la hora, también. Y ocupan e invaden y expropian. Lo llenan absolutamente todo de sus estridencias, de sus estrategias, de sus pormenores, de sus neuras de monarca infame y jactancioso. Y todo, absolutamente todo, incluso cada rima de este mundo, ya sea asonante o consonante, Borbón en plural mediante, ha de pasar siempre "por sus cojones". Y por su polla, y por lo malo que es que te follen por detrás, que siempre es de maricones. Y los hombres no son maricones, cojones, los hombres son hombres, y tienen bocas como cetros de reyes gritando contra el rey.

Yo no quiero compartir espacios con sus dientes, su saliva gelatinosamente amarga y enegrecida por el sabor de una boca que tiene siempre ese regusto a hegemonía; ese regusto a rascarse la entrepierna y que no pase nada, a caminar a solas por la calle y que no pase nada, a gritar cualquier mierda y que todo siga estando bien, después de todo. No quiero compartir consignas con quien hace de su polla y sus cojones una especie de orden mundial en torno al que orbita el mundo, y que borra de una palmotada todo lo demás. No quiero compartir espacios, ni léxicos, ni estéticas, ni luchas. Porque está claro que su lucha no es la mía. No la nuestra. No la de todas las demás. Su pugna es la pugna de quien quiere derrocar al poder desde el poder para, después de todo, seguir ejerciendo éste del mismo modo voraz y jerárquicamente monárquico, capitalista, paternalista, hegemónico. Su pugna es la pugna de quien ha perdido un privilegio del millón que ya tenía y quiere, ¡qué demonios!, recuperarlo.

Por eso abdico también, reniego, renuncio, a formar parte de un frente común que habrá de seguir sirviendo a quien oprime, a quien perpetra, a quien todo lo ocupa y lo llena y lo expolia con sus manotadas llenas de humo ruidoso y voraz, y sus codos y sus piernas trazadas como inmensos perímetros espaciales, y sus dientes, todos esos montones de dientes llenos de lenguas y de babas y consignas que, lejos de debilitar al monstruo del heteropatriarcado, no paran de alimentarlo. Como si cada uno de ellos fuese entonando bajito "pero sigo siendo el rey", mientras piensa otra rima con sus gónadas.