jueves, 14 de noviembre de 2013

Heterosexualidad, identidades, y otras formas de fraudulencia


Hay quien lo llama así, Quien lo llama asá. De mil formas. Yo lo llamo fraudulencia, que se parece al fraude, pero es mucho más simbólico y menos pragmático que éste, y por eso escuece más, y se ve menos, y los surcos que dibuja en la piel son tan dañinos como insignificantes. Va de otrxs, pero va de mí. O mejor: va de mí porque otrxs van de mí para mostrar lo mejor de ellxs mismxs. O no lo mejor, pero lo que quieren que el resto vea, en cualquier caso. La historia que quieren contar como si fuese su historia, sólo que sin tropezar para contarla.

¿Sabes cuando sabes que no es verdad la verdad? ¿Sabes cuando sabes que no va de admiración, porque quien admira respeta y quien respeta nombra? Borrar los nombres de las cosas que luces como propias es como hurgar sin permiso en los cuerpos de lxs otrxs. 

Somos lo que somos, quienes somos, en buena medida, en función de cómo nos nombramos, de cómo nos contamos ante el resto, de cómo nos mostramos al mundo. Cuando alguien se cuenta a sí mismx, se muestra al mundo de un modo que el mundo reconoce como identidad. No estoy hablando se ser genuinx, por dios, sólo hablo de ser íntegrx. Si alguien se presenta al mundo como yo, a mi modo, con mis sustantivos, con mis cadencias, con mis neuras, mis ideas, mis estructuras sintácticas, mis fobias, mis peinados, mis detritos y mis plantas de jardín, no está queriendo ser yo, sino usurpar mi identidad. Identidad que se nutre a cada paso de esa pequeña mitología cotidiana que cada unx proyecta de sí mismx. Al utilizarla, al usarla deliberadamente como propia, esx otrx se convierte públicamente en mí, y yo en una especie de vida al margen, de marca de agua que palidece ante una gran mano que amenaza, Milan en mano, con borrarme del mapa. De mi propio mapa. Como si todo fuese una metáfora de las identidades nihilistas en stop motion y nuestra vida allí, hecha de trazos precarios de grafito y plastilina.

Y cuesta, joder. Cuesta hacerse con un arsenal más o menos digno de utensilios identitarios. Cuesta juntar tus cadencias y contraer tus neuras y soportar tus cortes de pelo y adaptarte a tus manías morfosintácticas y defender con dignidad espartana todo eso, tus pequeños mitos domésticos, casi insignificantes; pero tuyos, al cabo, qué demonios. Con lo que cuesta, ya digo, y resulta que luego vienes tú, pelmazo, memo vestido con mis trajes, como decía Biedma, a ponerlo todo hecho un cristo y a fingir que aquí está pasando lo mismo que en el poema de Biedma sólo que sin mariconeos. Como si tú fueras yo o yo fuera tú o algún otro pérfido juego de espejos.

Con lo que cuesta leer ciertos libros, joder, y amar de ciertas maneras. Con lo que cuestan algunos trajes tejidos con hilos enhebrados en años. Con lo que cuesta enmendarse y desremediarse; hacerse la guerra y hacerse las paces al estilo propio; y hacerse el amor, también, con amor, de vez en cuando. Con lo que cuesta ser esto o aquello; licenciarse una vez, licenciarse dos; equivocarse de ese modo unas veces, acertar de ese otro otras muchas. Con todo lo que se fragua, lo que se queda, mientras tanto, y con lo que se va, que también mis agujeros me conforman. Pero de pronto alguien llega a tu stopmotion, agarra tu D.N.I. mitológico, simbólico, y se lo lleva de un plumazo metido en una caja. Ya sabéis, una de esas cajas que pueden transportarse fácilmente, y tú te quedas ahí, grafito y plastilina, en medio de tu stopmotion:; pero tu stopmotion ya no es tu stopmotion, porque tú ya no eres tú casi nada. Como una joyería a la que le roban todas las joyas, que ya no es una joyería casi nada; así que te quedas ahí, como digo, sin casi ser tú, siendo tú poquísimo, apenas lo justo para acabar la stopmotion y llamar a la policía, porque la joyería está limpia, como tú. Policía, me han limpiado la joyería. Y la policía que no, que una joyería sin joyas ya no es una joyería y que si no eres una joyería no puedes denunciar el robo de algo que no eres. Y tu cara se vuelve taciturna en la stopmotion, y te crecen ojeras de grafito muy grueso y muy oscuro y dejas caer el teléfono al suelo, muy muy despacio, como caen las cosas que se pierden para siempre, con esa especie de lentitud obscena en primer plano que lo pone todo perdido en cuanto a resolución de tiempo y espacio se refiere, y entonces quizá lloras algo, o quizá muy poco, no sé, pero acuarela azul en cualquier caso; y por otro lado la caja llena de tus cosas, la caja llena de ti, sostenida por alguien verdaderamente fraudulento -en mi caso, casi siempre una de esas "nuevas masculinidades"-, que sonríe con tu gesto y dice cosas morfosintácticamente tuyas, pero sintiéndose hegemónico, mucho más que tú, desde luego, mucho más poderoso, mientras pone en escena también, tus propios miedos y errores, pero desde la hegemonía de quien tiene el poder, desde el cetro acolchado y sólido de quien se sabe bendecido por el resto, por el ojo poderoso que vigila. Porque, como dice Belén Gopegui, esta historia no trata tanto de lo que no se ve como de lo que, viéndose, no se mira.

Porque a fin de cuentas, lo peor de todo esto es que quien se apropia de tus cosas y las mete en una caja tiene más pinta de propietario de la caja que tú mismo. Ése sigue siendo el maldito problema. Y tiene que ver con que su masculinidad es hegemónica y la tuya construida; y tiene que ver con que su deseo es el deseable y el tuyo el desviado; y es muy probable que tenga también mucho que ver con el hecho de que su polla sea de carne y la tuya, como la de Michael/Laure en Tomboy, de plastilina. De hecho, de eso estoy hablando, de la construcción de la identidad. De cómo hace veinticinco años yo era Michael/Laure, de algún modo, y él, de algún modo, mi miedo al ridículo de entonces. Y de cómo, veinticinco años después, las cosas  no han cambiando mucho. Lo suficiente como para que yo haya hecho de mis temores mis resistencias, sí, pero no lo suficiente como para que las cosas que hay en esa caja me sean, a ojos del mundo, más propias a mí que a quien me las quita.

La heterosexualidad lo usurpa todo. De todo se apropia, porque sabe que tiene el beneplácito de ella misma, un mundo hecho a su medida, construido para que todos sus movimientos parezcan gráciles y naturales (ay, la naturalidad) en su cuerpo social. Lo quiere todo. Y se lo lleva. La adaptabilidad trans, la supervivencia queer, la ternura vibrante construida sólo en el extrarradio de los afectos, de las sexualidades periféricas, la valentía intersex en medio de la sofocante dictadura binarista, el amor que no se nombra, la expresión que te deja en la cara el amor no nombrado, y los sonetos del amor oscuro. La heterosexualidad quiere escribir los Sonetos de amor oscuro, y no. El problema es que finge hacerlo y lo hace. Acaba por hacerlo, más pronto o más temprano, y los mete en una caja. Los mete en esa caja y se los lleva tan campante, con esa campechanía real -naturalmente- que tiene la heterosexualidad. Y tú llamas a la policía, pero la policía -¡sorpresa!- es también quien se aleja con tu caja entre los brazos, no nos engañemos, sonriendo con esa clase de sonrisa tuya, que un día fue tuya, quiero decir, que te perteneció, que te construyó y construiste, y él camina ufano, cargado con esa caja llena de tus cosas entre sus grandes manos hegemónicas de varón heterosexual (¡oh, las manos del hombre!) pensando: ¡Eh! ¡Qué gran capacidad de escucha tengo! ¡Estoy tan en sintonía con el mundo y sus seres más necesitados y eso me hace ser tan mejor persona! Soy tan tierno como una mujer, tan sensible como un marica, tan excitante como unx trans y tan descaradamente sexy como una bollera. Soy el paradigma, el gran hombre nuevo heterosexual, la nueva masculinidad. Y me he redimido. Gracias, mundo, por entregarme esta caja llena de cosas valiosas que van a construirme, que van a hacer de mí lo que ya soy por naturaleza después de que, por supuesto, las despolitice, para hacer no sólo que sean mías, sino borrar toda posibilidad de que alguna vez hayan sido de otrx.

Entonces, en ese momento, la luz va perdiendo intensidad, la cámara va apagándose poco a poco y tú sigues ahí, pero casi ya no. Tu polla de plastilina casi ya no, y todo lo que hacía de ti tú, se va borrando poco a poco en tu stopmotion. Y entonces, se apaga la luz, y en un punto de la imagen, como en una Rayuela virtual, una curva de puntos de grafito une tu yo borrado con tu caja mitológica, todavía en las manos zombies de esa nueva masculinidad heterosexual que ni siquiera tuvo la comezón de sentirse fraudulenta, incluye un link casi tonto, tan tonto como imprevisto, que cierra tu stopmotion y te lleva a esta canción


y a esta otra... si me apuras.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

APRENDER Y EVITAR

Llevamos ya mucho tiempo con el tiempo echándosenos encima. Mucho. Tal vez demasiado. No. Tal vez no. Seguro. Demasiado tiempo a vueltas con las horas y los meses y los días. Demasiado tiempo pendientes del tiempo y sus manecillas terribles, implacables, y demasiado tiempo olvidando los ritmos, sin embargo. Los ritmos de las cosas. Como si viviésemos en una especie de Trastorno de Déficit de Atención por Hiperactividad cronológica, o algo así, pero a escala planetaria.

Una acuciante necesidad enfermiza de acontecimientos nos apremia a cada paso, y no sabemos ser ni estar si no es solapando unos tiempos con otros, unas fechas con otras, sin saber disfrutar de ninguna, en realidad, sin dejarnos acariciar por el tiempo. Tengo una amiga que dice que el tiempo es una putada, pero yo creo que no. Yo creo más bien, que el tiempo es un chicle de un sabor rematadamente raro, y uno puede masticarlo, estirarlo y explotarlo todo el tiempo que quiera, valga la redundancia, y hacer de esa pequeña bola irregular y pegajosa, más o menos, lo que le venga en gana. El problema, en realidad, es que los seres humanos, antes que animales de costumbres somos animales de imitaciones, y uno sólo puede hacer con sus cosas aquello que ha visto hacer a los demás con las suyas. Eso, que es en realidad tan simple, tiene unas aristas tan afiladas como la navaja de un barbero, porque supone tanto como decir que lo que no se ve no existe. No existe porque, simplemente, no puede ser visto ni, por tanto, contemplado como una realidad posible, como una posibilidad.

Este sistema básico, casi primario, yo diría, es en el que, en realidad, se basa nuestra realidad occidental; desde las cuestiones de Estado hasta aquellas otras más cotidianas y triviales pero no por ello menos importantes. Para controlar algo o a alguien, ya sea a una persona o a millones de ellas, basta con llevar a cabo, de manera simultánea, dos procesos bien sencillos y precisos: por un lado, invisibilizar todo aquello que no interesa que sea conocido por la mayoría, porque implicaría una mayor autonomía de ésta y por tanto, una pérdida de control y poder sobre ella; y por otro, sobreexponer a la vista de esa misma inmensa mayoría todo aquello que interesa que sea conocido –y finalmente deseado- por ella. Es muy posible que si te ponen delante un plato de acelgas una y otra vez, acabes por odiarlas, pero si miras a tu alrededor y ves a todos tus semejantes comiendo acelgas de un modo entusiasta, sentirás, de algún modo, que eres tú quien está equivocado, así que acabarás por abrir la boca de manera voluntaria –y lo que es peor aún, hasta entusiasta- y deglutirás tú mismo con amor todo aquello que han programado que adores, aunque sin esa sobreexposición sólo te hubiese despertado rechazo o a lo sumo indiferencia.

Estoy hablando de algo sencillo. Hablo de algo básico que ya se recoge en aquel refrán tan letal que se atreve a afirmar sin el más mínimo pudor que el roce hace el cariño. El roce hace el cariño. Como lo leen. No el goce, no, sino el roce, esto es, la sobreexposición, la reiteración, la repetición y el machaque hasta el hartazgo. Esa clase de reproducción tozuda, porfiada, insistente, tenaz y machacona que está y se hace presente de un modo constante, sin tregua, sin descanso, en cada cosa de la vida y, sobretodo, en cada cosa que de la vida nos toca. El poder, en todos sus ámbitos, es un estratega muy simple. Primero nos aísla y después nos dice qué hemos de hacer para no sentirnos tan solos. El capitalismo, por ejemplo -pero no sólo-, con sus múltiples tentáculos confusos, nos crea necesidades donde no había carencias y toda necesidad creada es un agujero, a fin de cuentas. No quiero ese coche porque sea el coche que quiero, necesariamente, sino porque es el coche que se han empeñado que quiera. Es el que quieren que vea, una y otra vez, para acabar por desearlo. Igual no tengo carné de conducir. Igual voy andando al trabajo, o en bicicleta, igual nunca me han gustado los coches, pero todo se pone en marcha hacia él porque el mundo se ha empeñado en que así sea. La radio, la prensa, la tele, los amigos, la imagen pública, los vecinos, la presión social, las leyes, la anatomía de la ciudad, su urbanismo, su pulso, sus ordenanzas municipales. Todo. Absolutamente todo. Cada pieza de esta intrincada maquinaria tóxica nos empuja a un deseo inoculado, a un único plan que no tiene por qué ser el nuestro pero que, a falta de más referentes que nos muestren otros modelos de transporte, de ciudad, de cohesión social o de modos de vida, y ante el hecho de que todo parece moverse hacia allí, resulta verdaderamente difícil diferenciar entre lo que es de uno y lo que el mundo te mete en los bolsillos.

Lo mismo ocurre con nuestra educación sentimental, escuálida, dañina y tóxica como el gas natural, aparentemente inocua e inodora, como el gas natural, que nos adormece en juegos florales de lírica provenzal, con el dióxido de carbono que acabamos inhalando por la mala combustión de nuestros afectos, que los vínculos afectivos enfermizos se encargan en disfrazar de sueños inducidos de amor y deseo. Y otra vez el coche, y la publicidad engañosa, y en el amor, también, la publicidad engañosa, y los trucos sucios de poder y hegemonía, y la monogamia heterocéntrica y patriarcal, y el amor romántico, que no es un mito, como el Ratoncito Pérez o el Hombre del Saco, sino que es real, como las estrategias de dominación en las que se basa y los urbanismos emocionales que traza en nosotros, diseñando nuestras ciudades afectivas en base a un único modo posible de amar y de gestionar el amor y los afectos, mapeándonos la sentimentalidad con esa única estrategia cartográfica, presionando socialmente con los afectos, un único modo posible, vecinos, amigos, extraños como guardianes y a su vez víctimas también, de un único y hegemónico proyecto que legisla, de un modo solapado pero infalible, estrategias de control sobre los afectos que funcionan como leyes no escritas, como ordenanzas sentimentales que nos dicen cómo debemos ir al amor y lo afectos, sin importar si queremos caminar o ir, tal vez, en bicicleta a los quereres.
No soy uno que aprende, decía Bukowski, soy uno que evita. Y yo creo que aprender es, más bien, evitar, casi todo el tiempo. 

martes, 8 de octubre de 2013

GENTRIFICACIÓN, UNA SEÑORA DEL CRISTO



Hace unos meses, me topé con el término “gentrificación” en un artículo de la editorial Traficantes de Sueños  (más info, con podcast incluidos, aquí) sobre el libro de Neil Smith, La nueva frontera urbana (que podéis descargar completo aquí). El término adoptaba un peso significativo, así que no tardé en googlearlo.

‘Gentrificación’ (del inglés, gentry, ‘burgués’) es un proceso de transformación urbana en el que la población original de un sector o barrio deteriorado y con pauperismo es progresivamente desplazada por otra de un mayor nivel adquisitivo a la vez que se renueva.

Sentí la necesidad intelectual de investigar un poco más, pero vamos, que así, grosso modo, el fenómeno de la gentrificación se me figuraba eminentemente urbano, con una cara molona –la mejora de barrios depauperados y la regeneración de su tejido social- y una cruz más que notoria –el desplazamiento de las vecinas, de la gente de siempre del barrio, o incluso su invisibilización y consiguiente éxodo-. El fenómeno venía sucediendo ya en algunos barrios de grandes ciudades, tales como el Harlem, en New York; el Soho, en Londres; o los barrios de la zona del Este de la ciudad de Berlín, que fueron ocupados por gente joven, inmigrantes, punks, artistas e intelectuales, que se trasladaron a esas zonas donde nadie quería vivir, creando una subcultura y un tejido artístico, social e intelectual que terminó por ponerse de moda, algo que las autoridades locales quisieron, de modo oportunista, explotar a posteriori, creando una especie de “marca” que ha sido utilizada como reclamo publicitario, con un enfoque claramente turístico y capitalista lo que se sitúa en las antípodas de lo que movió a esos viejos-nuevos moradores a establecerse en aquellos lugares en los que nadie entonces quería.



En nuestro país, este fenómeno se viene dando, sobretodo, en grandes ciudades. Es el caso de El Rabal, en Barcelona, o Malasaña, en Madrid, donde el colectivo Left Hand Rotation (LHR) trabaja sobre este fenómeno en su taller titulado “Gentrificación no esun nombre de señora”, en el que se hace especial hincapié en los aspectos culturales del proceso. En el madrileño barrio de Lavapiés, sin embargo, ese mismo tejido social de “nuevas pobladoras” (inmigrantes, jóvenes intelectuales, artistas, activistas queer, etc.) se está involucrando con los antiguos vecinos del barrio, luchando así contra el desplazamiento de la población popular que conlleva el propio proceso de gentrificación, pero creando, a través de la cultura, algo que antes no había: conciencia social en el barrio, intereses culturales activos y una implicación social diversa pero aglutinadora que teje redes en torno a ese mismo tejido social activo y vivo del que sus primeros “nuevos habitantes” pero también sus vecinas de siempre, son cada vez más partícipes.

Después de haber leído algo más sobre estos procesos, y salvando las evidentes diferencias entre una gran urbe y una pequeña ciudad de provincias como Palencia, no tardé en asociar este fenómeno en nuestra ciudad al tan genuinamente palentino barrio de El Cristo. Un barrio extrarradial, a medio camino entre lo urbano y lo suburbano, casi extramuros, y vinculado geográfica y socio económicamente al suburbio, la precariedad, la delincuencia, la escasa formación, la periferia y el menudeo que se ha visto seriamente transformado, en gran medida, por un nuevo capital humano que ha ido poblando el barrio, integrándolo en la propia ciudad pero también gentrificándolo. Sin embargo, de un modo similar a lo que está ocurriendo en Lavapiés, hay en torno al Cristo, un tejido social formado por jóvenes, inmigrantes, artistas y activistas que fueron pioneros en regenerar “nuestro Harlem palentino” y que ahora están haciendo barrio con el barrio, tejiendo redes e imbricando lo popular (tejido social, arquitectura, etc.) con sus nuevos moradores. Y en gran medida creo, bueno, creo no, tengo la absoluta certeza, de que la Escuela de Teatro Casa del Agua, así como la Sala Encoarte, ambas fuertemente vinculadas, han tenido mucho que ver ello.



Sé que hay mucha gente que no sabe que en el barrio de El Cristo, nada menos, hay un oasis cultural contemporáneo, llamado Sala Encoarte. Un espacio multidisciplinar y autogestionado donde se llevan a cabo producciones escénicas, sonoras, poéticas y multidisciplinares de artistas de Castilla y León, fundamentalmente, por el que también han pasado premios Max de teatro, músicos con reconocimiento internacional, obras inéditas en España y artistas con dilatadas trayectorias. Sé también que hay mucha gente que no sabe que en el barrio de El Cristo, nada menos, La Sala Encoarte está directamente imbricada con La Escuela de Teatro Casa del Agua, cuyo nombre es deudor del lugar en el que se encuentra -los antiguos depósitos de agua de la ciudad-, y que se dibuja como una escuela de intercambio cultural y aprendizaje que aborda los distintos lenguajes del cuerpo, desde la expresividad corporal o el yoga físico, pasando por los talleres de clown, la iniciación al teatro u otras apuestas más contemporáneas como el teatro contemporáneo; y que también realiza talleres, cursos y proyecciones, donde el aprendizaje activo y el intercambio generan un tejido cultural en el barrio y, por ende, en nuestro caso, también en la ciudad.



Tanto la Escuela de Teatro Casa del Agua como La Sala Enconarte se conciben como lugares de encuentro para mentes inquietas y personas diversas; lugares de intercambio entre creadoras y creativas –artistas o no- donde se adopta una actitud de escucha activa que entronca con el concepto de cultura como elemento de regeneración social. Espacios autogestionados de encuentro que abren nuevos caminos de creación imbricados con las propias necesidades del barrio y sus gentes y que generan un clima de crea-acción muy similar al que, como digo, se está promoviendo en barrios como Lavapiés, y cuyo eje principal es la cultura. El viernes, sin ir más lejos, show arrabalero en vivo. Hoy, mañana y tarde, teatro infantil y los talleres, en la Casa del Agua, acaban de empezar. No me digan que no dan ganas de formar parte.

Y aquí, el documental sobre gentrificación titulado Luz, de 24 minutos, y subtitulado en español. Enjoy it! http://vimeo.com/32848727

jueves, 8 de agosto de 2013

Cartografías de la caca


Leo sobre torturas. Sobre ultrajes varios. Torturan a sirios en Siria, a maricas en Rusia, a mujeres en bikini, a paradxs endeudadxs, a toros en Tordesillas. Y todxs esxs torturadxs son intercambiables entre sí por todxs esxs torturadorxs. La sociedad en la que vivimos veja, destruye, fuerza, viola, somete, expolia, explota, humilla y aniquila la vida. La vida en todas sus formas. La vida así, en general. Lo que late, lo que respira, lo que transpira, lo que crece. Pero resulta que lo hace proporcionando, además, previamente, un dolor indescriptible, una tortura enfermizamente sádica e inexpugnable, inabarcable e inconcebible muchas veces para el entendimiento, llamémosle humano, que hace verdaderamente imposible distinguir el dolor entre tanta herrumbre justificatoria y putrefacta. 


"Su mejor cliente".
Viñeta de Winsor McCay, 1917
Hemos llegado a un punto en el que la ética dialógica de Habermas es apenas un metro de papel higiénico barato con el que limpiarnos las toneladas de mierda que llevamos encima. No nos sirve. No nos vale. No es, en verdad, suficiente. Ni mucho menos. Y lo siento por Habermas, y mejor aún: que se joda Habermas. Decía Marcuse que "las sociedades opulentas absorben toda contradicción", y que por eso no podemos en realidad, muchas veces, hacer fuerza contra la fuerza. Digo esto porque creo, muy a mi pesar, que hemos llegado a un punto en el que nadar en mierda nos ha llevado a especializarnos en desechos, y ahora venimos dándonoslas de gourmets comecacas que distinguen el purín del mojón sólido, y así hasta un sinfin de subtipos de excrementos putrefactos, como hiciera ya una vez Aristóteles con los géneros literarios. Es así. El hombre blanco heterosexual aspirante a burgués (ya ni a eso llega), es un yonki de las cajitas con etiqueta, y aun cuando todo explota, él sigue teniendo la necesidad imperiosa de clasificar su ropa sucia: aquí los orines, aquí las zurraspas. En realidad, es un modo bastante patético de tratar de mantener el control cuando todo se ha ido a la mierda, peor aún, cuando todo se ha convertido en ella, y en vez de asumir que todo es ya más bien detrito, y que el detrito es, al cabo, desechable, no cesa en su empeño de clasificar lo inservible, no con la intención de reciclarlo, sino como una simple manifestación de su peripatética neurosis.

La clasificación consiste, fundamentalmente, en decidir qué es más y qué menos importante, y qué mierdas han de ser limpiadas con más urgencia que otras. Lo que no deja de ser curioso en un mundo que chapotea en un lodazal de deshechos. Pero los caminos de la neurosis del hombre blanco heterosexual y cuasiburgués son inescrutables, así que éste empieza a disponer, a jerarquizar la limpieza de la mierda y su importancia y por tanto, a decidir arbitraria y subjetivamente a partir de una suerte de BIBAH LLO, qué cosas son urgentes y qué cosas son "pequeñeces", "inmundicias", "pequeños traspieses" que habría que eliminar -nótese el condicional- pero que "no urgen"  porque -y esta es mi parte favorita- "con la que está cayendo, hay que establecer prioridades". 
Evidentemente, la pregunta que surge es que quién establece esas prioridades y, evidentemente, la respuesta -variación arriba, variación abajo- viene siendo "mis cojones", lo que, mira tú por dónde, no hace sino echar mierda sobre mierda, humillación sobre humillación, sometimiento sobre sometimiento, como si no tuviéramos ya bastante.

No me gustan los toros, PERO; No soy racista PERO; No soy machista PERO; Soy ecologista PERO son algunas de las consignas más utilizadas por estxs  salvadorxs de la patria que con el cuento de su neurosis jerárquica, vienen a seguir añadiendo leña al fuego putrefacto. Como si no ardiera éste ya lo suficiente. 

"Coffee break" (Fotografía tomada durante la II Guerra Mundial)
Porque, si la crisis comienza a ser la excusa para ser permisivxs con: 1, 2, 3, responda otra vez: la tortura y explotación animal, la homofobia, la transfobia, la lesbofobia, la muerte como espectáculo, la explotación, el machismo, el paternalismo y un sin fin de "cosas menos importantes", lucharíamos tan sólo por aquellas causas que el pensamiento/clase/género/raza dominante considere "importantes", por lo que estaremos añadiendo más dominación aún, más fango descompuesto, más podredumbre apestosa. La mierda es mierda toda, y toda huele mal. Es más, todos los detritos de este mundo, la tortura animal, la hegemonía del capitalismo salvaje y del heteropatriarcado, el apestoso etnocentrismo antropocéntrico y un sin fin de cacas más, tienen su origen en el mismo crimen: una falta absoluta de empatía para con elx otrx y un deseo turbio, tanático y obsceno de dominación. Y hasta que no entendamos esto, hasta que el machirulo anarcomierder no entienda que su lucha contra el capital no es más importante que la lucha contra el binomio de género o la feminista de libro no entienda que su lucha contra la dominación patriarcal no es menos importante que la lucha contra la explotación y el maltrato animal, por poner sólo dos ejemplos, no sólo no estaremos haciendo nada para mejorar el mundo, sino que estaremos alimentando a la bestia, y contribuyendo aún más a que este lodazal inmundo de putrefacción enfermiza colmado de mierda sanguinolenta y lacrimógena en la que se hunden las lágrimas purulentas de lxs torturadxs vivxs, siga creciendo y creciendo, mientras metemos las heridas en cajas, lxs muertxs en cajas, y vamos, como sádicxs y metódicxs bibliotecarixs, cartografiando la caca y tejuelando el exterminio de la vida, en todas sus formas.

martes, 6 de agosto de 2013

Derivas

Leo. Releo. Me dice. Le digo. Me pide. Me demoro. Me pide. Le pido. Se demora. Me demoro. Me demoro. Se demora. Tardo. Me siento. Escribo. Reescribo. Una tilde. Dos comas. Un punto. Apenas. Nada. Casi nada que merezca ser contado. Me dice bien. Me dice. Dice. Está todo bien. Me dice. Fotos. Un par. Tal vez tres. Tres fotos. Tres fotos y luego un párrafo se esfuma. Mi párrafo se ha esfumado. Me dice. Me dice. Esfumado. Y estaba justo aquí. Me dice. Justo aquí. Esfumado.

ES

FU

MA

DO

Como un contenedor flotante en una ciudad portuaria. 

Derivas.  

Imagino al párrafo, tremenda masa errática de amasijos narrados, amarrados con bridas textuales, flotando a la deriva, derivándose en tus túes, en mis yoes, en nuetros BLA, BLA, BLA. Flotando. Desmenbrándose de consonantes que varan contra rocas de significados huecos, formando sedimentos que silabean voces que nunca habrán ya de ser narradas. Rastreándose bajo el agua como actantes desconyuntados. Los párrafos perdidos no flotan, se sumergen como selvas sumergidas y ya nadie vuelve jamás a seguir sus rastros. 
Se derivan en salinidades ásperas y todo lo que una vez fueran a decir se convierte en todo lo que una vez ya no dijeron. 

Mi párrafo. Me dices. Ya no está. Estaba pero ya no está. Mi párrafo ya no está, insistes, y todo se vuelve no contado. Como una metáfora no dicha que hubiera perdido un sema en la humedad caliente del beso que no me has dado. 

lunes, 24 de junio de 2013

Punkies con vocación

¿Quieres ver cómo tús hijos se divierten, realizando actividades, aprendiendo o bailando con las animadoras? Trae a tus hijos al centro lúdico --------.

Esta cantinela suena varias veces cada día en la radio local, promocionando un centro lúdico or something like this, uno de esos lugares en los que lxs tutorxs aparcan a su prole ocho horas diarias. Como un aparcachoches de pago, pero de niñxs, y subvencionado por el Estado (en detrimento de las escuelas infantiles públicas, of course). 
Si analizamos de un primer vistazo el texto del reclamo, podemos suponer que éste utiliza un lenguaje inclusivo (pues introduce el femenino), pero si nos fijamos bien, veremos que, en realidad, se trata de un texto, no ya hegemónico, sino directamente, machista, sexista y muchas cosas más. Veamos:

1. Si el texto hubiese querido ser inclusivo, hubiese usado "hijos e hijas", por ejemplo, o -más inteligente- hubiese evitado la marca de género. Algo como: "quieres ver cómo tus peques se divierten, bla bla bla...". Pero no hace ninguna de las dos cosas.
2. Si el texto no hubiese hecho una reflexión atravesada por la idea de género, en ninguno de sus aspectos, se hubiese limitado al uso del masculino, que es el género gramatical no marcado en nuestra lengua y, por tanto, el que tradicional y hegemónicamente se utiliza por defecto para universalizar. Si esto hubiese sido así, el "tus hijos" se hubiese quedado tal cual, pero  la otra marca de género que aparece en el texto, en el Sintagma Nominal "las animadoras", hubiese mantenido también el masculino, teniendo que ser, obviamente, "los animadores". La llamada publicitaria, en este caso, quedaría tal que así: ¿Quieres ver cómo tus hijos se divierten, realizando actividades, aprendiendo o bailando con los animadores? Ven al centro lúdico --------

¿Dónde está el problema?, pensaréis, y tendréis razón. Pero para las mentes enfermas de heteropatriarcado,  que un hombre haga tareas de animador es denigrante (a no ser que sea monitor de campamento, lo que le imprime cierto rango jerárquico, valor siempre masculino), porque lo masculino no puede ser lúdico. Pero no  queda ahí la cosa, sino que se trata, en efecto, de animar a la infancia, y aquí ya la cosa se complica sobremanera, porque el cuidado de la infancia es y sigue siendo, algo vetado para los (bio)hombres. Desde el feminismo se habla mucho a cerca de la ternura masculina y de la implicación de los hombres en la crianza de sus hijxs, pero se dice muy poco a cerca de los (bio)hombres y la crianza de lxs hijxs de lxs demás. La profesionalización del cuidado dentro del ámbito masculino sigue siendo un tabú más pesado que una losa, y por eso este tipo de mensajes, arrastran este peso en forma de discurso. Además, el cuidado de los (bio)hombres para con la infancia, se sigue relacionando, desde muchos ámbitos, con cuestiones cercanas a la pedofilia y de un modo indirecto, a la homosexualidad masculina, vinculada con ésta, haciendo así un cóctel de mitos venenosos que resulta letal para todxs. 

Una vez tuve un alumno punky -un buen alumno con un mal expediente-, que descubrió su vocación en la educación infantil. Consiguió el título de Técnico Superior en Educación Infantil, y me contaba que era el único (bio)hombre de su promoción. Cuando volví a verlo, después de unos años, me dijo que andaba en otras cosas "imposible trabajar de lo mío si eres un tío". Ésas fueron sus palabras. 

Así que, ya sabéis, si queréis que vuestra prole crezca en un lugar en el que, a través del lenguaje, se sigue alimentando la violencia, en un lugar en el que se sigue considerando a la mujer digna de "animar" y "bailar" con tu descendencia (porque todo el mundo sabe que las mujeres no sienten ni pueden sentir deseo sexual alguno, y además "se les dan muy bien lxs niñxs por naturaleza"), pasad de largo este tipo de mensajes. Yo seguiré prefiriendo estar alerta a las palabras, que nos dicen quiénes somos, cómo somos. Porque, si tengo que elegir, prefiero que sea un punky con vocación el que baile con la infancia de este mundo.

martes, 21 de mayo de 2013

PUERTOS DE MONTAÑA

Iba a hacer una entrada -que otro día haré- sobre el equivocado concepto de "lenguaje inclusivo" que tiene -o tenemos, muchas veces- el grueso de la sociedad, pero me topé con el proyecto de Óscar D'Aniello (Delafé en Delafé y Las Flores Azules) y quise compartirlo con vosotrxs. "En el fondo -dice él-, se trata de ir a lo conocido, el pueblo de mi padre, desde lo conocido, pero atravesando lugares que no conozco". Llevar las cenizas de su padre hasta el pueblo de éste, un pueblo con nombre de 'deseo' -Desio-, muy cerca de Milán, pedaleando en su bicicleta desde Barcelona. Porque su padre y él ya tenían los billetes de tren comprados para hacer ese viaje, pero el cáncer llegó antes, la prisa llegó antes, y la muerte, que siempre esprinta en las líneas de meta, ganó por la mano. 

En realidad, la muerte te sitúa en lugares estratégicos. Y te hace escribir poemas, o dejar de escribirlos, llegado el caso. Te lleva a pedalear desde Barcelona hasta Milán y a ser un poco Ulises y Penélope al mismo tiempo, porque avanzas con la esperanza de hacer más llevadera la espera y esperas, qué demonios, con la intención de avanzar mientras tanto. He visto también algo propio en todo esto. Algo cercano. 12 días dando pedales hasta el lago di Como para hundir en él las cenizas de su padre y la bicicleta que le ha llevado hasta allí. Y hundirlas hasta el fondo, en las aguas de uno de los lagos más profundos de Europa, con forma de cuadro de bicicleta. Porque a veces las metáforas se parecen demasiado a sí mismas y unx no sabe hasta dónde Penélope, hasta dónde Ulises, hasta dónde Homero y hasta dónde el deseo de confabularse en los tres. 

Por eso, llegado el caso, lo mejor es cantarlo, si se puede, contarlo, si es posible, y hacer que las cosas crezcan, incluso las que no están; hacer que todo amanezca, de algún modo, ser Ulises y Penélope. Ser Homero, al mismo tiempo, releerse, y sudar la camiseta en los puertos de montaña.



domingo, 28 de abril de 2013

Poema subsidiario de una rabia conformista que sonríe

Berenice Abbott
POEMA SUBSIDIARIO DE UNA RABIA CONFORMISTA QUE SONRÍE

Este es el lado de la raya, el que más te conviene
Los hombres que saben dónde están son los hombres que saben rodearse.
Los hombres que te rodean con sus manos y palmean tus espaldas con sus manos
y todo son manos y espaldas.
Los hombres. Esos hombres. Sus risas. Ey, ey, ey. Sus bocas colmadas de onomatopeyas. ¡Buah!
Todos sus dientes, disparos. 
Cada uno de sus ojos diminutos es una pequeña amenaza de cielo gris azucarado.
No hay piedad si te quedas fuera.
No hay piedad. ¡Ay!
No la hay.
Es un triunfador. Es un triunfador.
Original food, original look, original desing, original way.
Más te vale estar del lado de la raya que más te conviene.
Más te vale quedarte sentada y callada diciendo que sí.
Eso es así. Eso está bien.
Los hombres que saben dónde deben estar para exponenciarse, 
para rodearse, para ser otros hombres que,
también, supieron agenciarse compañías mejores, 
han venido para quedarse y quedarse 
siempre acaba por ser un verbo transitivo. 
Quedarse es un verbo transitivo, así que se quedarán con tus cosas y tus casas
y harán balas de fogeo original con tus dientes diminutos para eliminar a quienes no estuvieron,
a quienes no supieron estar, a quienes no quisieron
pasar y quedarse sentados al lado de la raya que más les convenía. 
Los hombres que amotinan al resto y han venido a divertirse.


Los hombres de ojos amarillos como fuentes te dirán cómo y te dirán cuándo
-no sólo dónde y por qué-, 
y serán buenos gestores de tu miseria, y te regalarán flores -a quién lo le gustan las flores- 
y tú darás las gracias muchas veces,
aunque te parecerá -siempre es así- que "muchas veces " nunca son suficientes.
Porque hay que ser agradecido. Oh, sí. Dios. Vaya que sí.
Y besar el suelo que pisa el pie que te pisa el pie.
Sacarás del poliuretano el perfume de las flores, 
dirás madreselva, dirás romero y jazmín 
cosas como esas dirás
el día en que sus viejos salones de baile se llenen con los dientes apretados de quienes callan y asienten,
el día en que el azufre será todo cuanto pueda respirarse en este lado de la raya. 
Ya sabes, el que más te conviene.


martes, 26 de marzo de 2013

BEAUVOIR TODO EL RATO

Me llega a través de @mejillonsuicida esta noticia: La Diputación de Jaén revoca el fallo del Jurado del Premio Escritores Noveles por "faltar al derecho de igualdad de la obra". Noticia que podéis leer aquí.
Me llega, como digo, esta información, y a mí sólo se me ocurre decir, que lxs agente de igualdad son, definitivamente, absolutamente imbéciles. Pero IMBÉCILES con mayúsculas. De hecho, si hubiese un concurso de imbéciles y se presentasen todxs los agentes de igualdad -sólo el nombre, se las trae- a dicho concurso, la cosa estaría difícil para emitir un fallo justo, dada la calidad y el alto listón de imbecilidad que pondrían siempre estxs agentes de igualdad. 

Queridxs imbéciles: 

Quería comentaros un par de asuntillos. O quizá tres. Como sé que no tenéis ni puta idea de qué se cuece en el mundillo literario, os diré que a pesar de que las mujeres -por seguir con vuestro binomio de género, del que no sabéis salir- leen muchos más libros que los hombres, más del 80% de la literatura que se publica y se vende, la firman hombres, y que más del 90% de los miembros de los jurados de premios literarios, como este de Jaén, están conformados por hombres. Pero nada, oye, vosotrxs a lo vuestro. "es que han dicho puta". Pues nada, oye, si han dicho puta, no hay más que hablar. Porque a vosotrxs, imbéciles profundxs, expertxs en no sé sabe qué entelequia absurda y loca, os la suda que el grueso de los miembros del jurado sean hombres, o que las bases del concurso no estén redactadas en un lenguaje inclusivo, o que la inmensísima mayoría de lxs ganadorxs de este y otros concursos literarios sean hombres, o que se siga hablando de "literatura femenina" como un mero entretenimiento que tienen las "mujercitas y que, desde luego, nunca juega en primera división, que es donde juegan lOs escritores. Os la suda porque no tenéis ni puta idea de nada, y andáis todo el día con vuestro lenguaje institucional y políticamente mierder, sin saber dónde demonios están los venenos del puto heteropatriarcado. HETERO patriarcado, que siempre se os olvida, por cierto -vosotrxs sabréis por qué-, que la tiranía del patriarcado es, también y sobretodo, la tiranía de la heterosexualidad y del binomio de género.

Pero es que además de esto, tontxs del higo y del nabo como sois -por utilizar con vuestras horto-frutícolas gónadas un lenguaje inclusivo- no sólo no sabéis de "desigualdad" sino que tampoco sabéis de literatura, si no es filtrándola por vuestro doctrinario pacato y maniqueo que hace del Segundo Sexo un libro radical. Dais mucha pena, agentes de igualdad, al menos en este país nuestro. Pero mucha. Porque si empezamos a censurar obras que, a lo largo de la Historia de la Literatura, han sido machistas, racistas, patriarcales, heterocentristas, xenófobas, homófobas, pro-capitalistas y pro-chungas, nos quedaríamos tan sólo con vuestros panfletillos igualimierder y vuestros trípticos de asociación de viudas. 

C. Bukowski comiendo un pezón desigualitariamente
Y no me vengáis con que el premio es institucional y que, en nombre de la institución, no se puede dar un premio a una obra que "promueve" el machismo (qué será promover), cuando desde esas mismas instituciones se promueven la pasividad y el amansamiento femenino -entre muchas otras cosas- con programas municipales que clasifican por género y que siguen ofreciendo batuka para ellas y full contact para ellos. Dais ascoputo, agentes de igualdad del mundo. Segurx que hay algunx que se salva, claro, siempre hay alguien dispuestx a excepcionarte el discurso, y celebro, de verdad su existencia, pero lamento que su buen hacer no sea contagioso. Os recomiendo encarecidamente leer a quienes para vosotrxs, a buen seguro, serían machistas recalcitrantes y misóginos como Bukowski, Kerouac, Houellebecq, Celine, Fante o Quevedo. Como cualquier escritorx hijx del heteropatriarcadx, vaya. Igual aprendéis que el arte es ese espacio que se crea entre lo que creo que es verdad y lo que se convierte en ficción. La literatura ficcionaliza las vidas, por eso hace de quienes la leemos, muchas versiones de nosotrxs. Y asumir que unx es muchas versiones de unx mismo no sólo es saludable, sino también liberador. 

Además, deberíais saber, porque eso lo sabe todo el mundo, que el arte en general, y la literatura en particular, no hace otra cosa que reflejar el pulso de la sociedad en la que se gesta, y es precisamente en ésta -en la sociedad y no en la ficción- donde tenéis mucho trabajo por hacer, más allá de poner barras detrás de las oes, de seguir victimizando a las mujeres y de confundir "nuevas masculinidades" con machirulos que planchan.

Dejar de hacer el ridículo, agentes de igualdad, porque las instituciones -infinitamente más absurdas que vosotrxs- elevan vuestra estulticia a niveles exponenciales, anulando, como en el caso de la noticia, la opinión de un jurado experto en literatura, y haciendo primar la opinión de expertxs en "barra-a" y en "ha dicho puta". Porque para eso, que elijan lxs inqusidorxs de igualdad, directamente, la novela que mejor les parezca, y premiemos, en vez de la calidad literaria, el gusto de la institución por dar una imagen de igualdad. 

Y si en la entrega de premios salen sólo rabos en la foto, miramos para otro lado, y seguimos a lo nuestro, que no se puede ser Simon de Beauvoir todo el rato.

lunes, 18 de marzo de 2013

Los amantes pasajeros: una comedia

El miércoles, día del espectador por estos lares, Z y yo decidimos ir a ver Los amantes pasajeros y no sólo lo decidimos, sino que lo hicimos. Y lo hicimos a pesar del trailer, y a pesar de saber que, igual, tampoco habría mucho más que el trailer.

Pero, como ocurre muchas veces, con infinidad de cosas, igual lo mejor de la película es lo que no se dice, lo que no está, lo que no se nombra; todo aquello que se torna "pura coincidencia" cuando se parece, sospechosamente, a la realidad.

Es verdad, la última película de Almodóvar no tiene argumento, pero es que ninguna sit com lo tiene. Las obras de Jardien Poncela tampoco lo tenían, y Tres sombreros de Copa, de Mihura, tampoco es que puedan presumir de plots complejos, para qué engañarnos. Los amantes pasajeros es una comedia clásica, en el sentido clásico del género. Mejor dicho, engloba, en cierto sentido, los subgéneros más propios de nuestra comedia, como el vodevil -del que derivará el cabaret, el burlesque, etc-, el sainete -comedia ligera de un sólo acto, que vendría a ser el entremés del teatro posterior al siglo XVIII-, la comedia de figurón -protagonizada por un galán o figurón que se ve envuelto en enredos y engaños amorosos- o la astracanada, subgénero patrio por excelencia en el que la teatralidad es extrema y la parodia de la realidad llega a alcanzar cotas tales que chocan con la verosimilitud de la trama porque, a fin de cuentas, no es la verosimilitud en sentido estricto, lo que pesa en este tipo de obras, sino la crítica a través de la parodia (Un buen ejemplo de astracán lo tenemos en La venganza de Don Mendo, crítica ácida al teatro de los siglos de Oro y, en general, en cualquier obra de Muñoz Seca.

Todos estos géneros son, en realidad, subgéneros surgidos al amparo de la comedia. Subgéneros que, dicho sea de paso, han sido castigados sobremanera por la crítica en los años posteriores a la dictadura franquista, por tratarse de géneros, algunos de ellos, más cercanos al ideario nacional-católico, al tratarse de un teatro conservador desde un punto de vista temático e ideológico y, en general, bastante amable con el régimen y sus mecanismos de poder. Algo que resulta del todo injusto, pues, muchas de estas obras fueron, en realidad, instrumentalizadas por el régimen y, por tanto, reinterpretadas por éste a su conveniencia; obras a las que, en definitiva, nunca se ha terminado de hacer justicia.

De todos modos, este es un país que no está acostumbrado a ver en la comedia una crítica lo suficientemente poderosa o un discurso lo suficientemente sólido como para ser equiparado a la tragedia o al   drama, que es, en realidad, el género que mejor nos define. Nos hemos creído demasiado aquel precepto aristotélico, el de que la comedia es el género ínfimo, por basarse -decía él- en la "imitación de hombres de calidad moral inferior", y seguimos creyendo que no se puede hacer una crítica sólida y de peso a través de este género, en cualquiera de sus vertientes y, estamos -creo- muy equivocados. Porque a veces la crítica es que no haya crítica alguna, a veces la crítica simplemente es mostrar lo que sucede, a veces, simplemente, la crítica es una exaltación de todos esos dedos en el ojo del poder que tanto molestan, y celebrar la crítica apoderándose de ella es, también un modo de hacer crítica, y un modo de hacer comedia.

Desde luego que el la película está el Almodovar de siempre, el de estilo deliciosamente cuidado, el que sutilmente homenajea a Chavela bautizando el avión con su nombre, el que traza una metáfora entre el nombre de una compañía aérea real (Iberia) con una ficticia (Península) y cuya suma (Península Ibérica) se convierte a su vez, en la metáfora de la situación actual del país, sumido, como el avión de Los amantes, en un vuelo transoceánico descabezado y sin hoja de ruta, plagado de aeropuertos y no pudiendo, sin embargo, tomar tierra. Desde luego que en la película está el Almodovar que elige meticulosamente las cabeceras, la música, el vesturario davidelfiniano y se aseugra de que cada pieza encaje en su lugar, como los anfitriones (Banderas y Cruz) que son una alegoría de sí mismos haciendo de otros y son, Santo Tomás mediante, causa incausada de Los amantes pasajeros.

Pero más allá de todo eso, hay cosas por las que Almodóvar sigue siendo Almodóvar, porque sólo a él parece bastarle con colocar estratégicamente, La Vanguardia entre las manos de un pasajero para que el espectador avezado caracterice al personaje. Porque, como espectadores, nos basta un Bolaño entre las manos de lo que podría parecer un sicario, para saber que ese hombre ama la literatura y el amor-casa del exilio sobre todas las cosas y no podría entregarse al asesinato de un modo prosaico o poco sentimental. Por eso me gusta Almodóvar. Porque pone un libro de Bolaño en las manos de un idiota y, de pronto, todo tiene sentido.

Y por eso también, Los amantes pasajeros es comedia y no. Me explico. La comedia como tal, tiene su origen en la improvisación, y aquí no hay nada dejado en manos del azar. Aún así, creo que os interesará saber que esas improvisaciones se daban en contextos de cultos y celebraciones ofrecidas al dios Dionisios -deidad de la fiesta, el sexo, la orgía, la bacanal y la polla dura- y que las comedias eran ejecutadas por los llamados "coros fálicos", que eran quienes, en época de vendimia, paseaban y procesionaban el falo, como símbolo de la fuerza de la naturaleza y sus dádivas. No hará falta decir que, en ese sentido, el trío de locas que conforman Aceres, Cámara y Arévalo son, casi en un sentido literal, el coro fálico de la comedia primigenia. Y es que esta obra es, también, un culto al falo. Un canto, un tributo, una oda al falo. Un falo, eso sí, subvertido no sólo por los ojos de un marica con mucha pluma, sino de un montón de maricas con mucha pluma y mucha ostentación de pluma, que convierten esa microsociedad que se genera en el interior del avión, en una sociedad falócrata, sí, pero también marica. Muy marica. Y por eso es fantástico ver cómo un director obliga a lxs espectadorxs heterosexuales de bien que vayan a ver su cinta, a vivir, durante 90 minutos, no en un mundo marica -eso lo hace cualquiera-, sino en un mundo de maricas locas donde la pluma se celebra, la mamada es una fiesta y todos los clichés de la marica plumífera se cumplen porque habemus maricas con pluma, mucha, y quienes cumplen todos los clichés tienen, también, el derecho a defenderse y reivindicarse. Por eso esta obra es, también, en cierto modo, una oda a la pluma. Y a mí cualquier oda a la pluma, en principio, me parece bien. Desde luego, siempre hay gente que va a ver una peli de un marica sobre maricas y se escandaliza porque dos bio-mujeres muestren su afecto (nada exagerado) en el asiento de al lado, pero eso es otra historia. Al fin y al cabo, no hay suficientes libros de Bolaño para rellenar las manos de todos lxs imbéciles de este mundo.

Por otro lado, es cierto que la mayoría de los personajes son hombres, pero en pocas películas puedes ver cómo una mujer se empodera a través del sexo violando a un hombre y en muy pocas puedes ver cómo los géneros y sus marcas gramaticales del lenguaje se diluyen hasta casi desaparecer.

Dice la teoría de los géneros que, en la comedia, la risa del espectador a veces es de complicidad y otras, de superioridad. Digo esto porque creo que, al tratarse de una comedia protagonizada por maricas en el sentido más tópico de la palabra (sin olvidarnos de que hay maricas que cumplen con esos tópicos, como ya he dicho antes), ciertos espectadores podrían caer en la tentación de reír, como dice la teoría de los géneros, desde la superioridad del que se sabe heterosexual (o carente de pluma), algo que la pragmática desmonta en el momento en el que nos damos cuenta de que el autor es también una de esas maricas con pluma. Por eso, en Los amantes pasajeros, sólo cabe la risa cómplice, porque la de superioridad queda anulada por la naturaleza de la propia autoría. Por eso -y por otras muchas cosas, claro- no tiene sentido equiparar esta película a aquellas de los años '70 de Ozores y compañía, en las que empezaban a proliferar los chistes de mariquitas. Porque las cosas no son nunca lo que las cosas son en sí, sino también cómo se cuentan, quien las cuenta, desde cuándo, desde dónde, por qué, y a quién.

Eché en falta, claro, algo de pluma bollo, algo de travestismo Woman to Man. Pero eso quizá sea mucho pedir para alguien que, como dice Z, sólo sabe contar historias de hombres (en realidad, todos sus personajes femeninos no dejan de ser hombres travestidos, Ítacas de maricas que cantan I´m so excited en sus horas altas). Es por esto que dejo este I´m so excited Le Tigre, queer e intergeneracional, para hacer ya, de la oda a la pluma, algo pluscuamperfecto. Escuchad la versión, merece la pena.

lunes, 4 de marzo de 2013

Día de la Mujer y otros ascoputos

Otra vez está aquí, taladrándonos los tímpanos, percutiendo en nuestras retinas, atronando en nuestros cerebros hasta hacer de ellos rico plancton para la ballena que alimenta, el institucionalizadérrimo y sacrosanto día Internacional de la Mujer Trabajadora. De la trabajadora, ojo, no de la vaga que no da golpe, ni de la guarra que tiene la casa echa unos zorros, la muy zorra. De esas no, claro, de las otras. De las que dan palmas desde dentro de sus abrigos de pieles o desde debajo de sus boinas de temporada. Que casi, si me apuras, vienen ellas a ser lo mismo. A fabricar lo mismo con todos los cuerpos sediciosos que están hasta el orto -oh, orto universal y agénero, qué grandes poemas nos has dado y qué grandes ocasiones para ciscarnos literal y metafóricamente en todas estas internacionalidades figurativas, en todo este postureo infernal de concejalas con caspa y pucheros al fuego y feministas de boina con el coño pegado al cuero negro de los butacones de los despachos de las facultades que, como dice E, "practican el feminismo de la exclusión". Sentando cátedra y sentando la seta en la cátedra. Sobretodo eso. Gracias, orto, ya digo, por penetrar tan hondo siendo a tu vez tan hondamente penetrable, y traernos versos de Allen Ginsberg que llevarnos como alimento a ti mismo:

ESFÍNTER

 Espero que mi viejo, que mi buen ojo del culo resista.
 En 60 años no se ha portado nada mal 
aunque en Bolivia una operación de fisura 
Sobrevivió al hospital de altiplano
 - Poca sangre, ningún pólipo, ocasionalmente 
Una leve hemorroide 
Activo, anhelante, receptivo al falo
 Botella de coca, vela, zanahorias
 Plátanos y dedos - 
Ahora el Sida lo vuelve cauteloso, pero Aún servicial -
 Fuera el mal rollo, dentro el condón 
Amigo orgásmico - 
Aún elástico correoso, 
Descaradamente abierto al placer
 Pero en 20 años más, quién sabe, 
Los viejos sufren todo tipo de achaques
 Cuello, próstata, estómago, articulaciones - 
Espero que mi viejo orificio se conserve joven
 Hasta la muerte, dilatado.


Hasta la muerte, dilatado. Una vez hecha la oda al esfinter redentor, pasemos a exponer brevemente los cilicios que surgen al abrigo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, o lo que yo vengo ya llamando desde hace tiempo, el #ascoputo.

En el paquete de actividades propuestas por el ayuntamiento de mi ciudad están, entre otras, la palmadita en la espalda a cuatro empresarias, la visita a las Cortes de Castilla y León (¿?),  y la lectura del manifiesto a cargo de una representante de viudas cristianas. COMOLOLEES. Si quieres potar con la lectura del programa completo, no tienes más que tener cerca un WC, una palangana o similar y pinchar aquí. Como podréis imaginar, el #ascoputo es extensible a otras ciudades aledañas, como podéis comprobar aquí, eso sí, sin perder de vista la palangana. 

Dicho de otro modo, todo este tingaldo se resume en : chocolatadas, peliculitas de chicas, encaje de bolillos, mesitas camilla con su braserito y su mantita de cuadros, trabajadora y madre en la vida, ripios muy sentidos rimados en consonante, abnegada ama de casa que alimenta a sus hijos y es además amantísima esposa y le gusta hacer petit pua en sus ratos libres vestida remona, discreta pero elegante, ay pobrecita si te han maltratado ay pobrecita si te han violado, ay pobrecita, así en general, cuánta sensibilidad tienes y qué víctima eres de todo por ser, SER, SER, SER, verbo estático, inamovible, fijista, oligárquico. SER, SER, SER, verbo Parménides, por SER, SER, SER, quédate quieta, mujer, categoría estanca, quédate quieta, MUJER. Tenías que ser.

Evidentemente, hay alguna que otra actividad alternativa al tema de las viudas cristianas, pero que entronca con una especie de feminismo buenrollista que murió de la que nacía, allá por los años setenta, y del que sólo quedaron los restos instalados en las instituciones si no políticas, académicas. Un feminismo que sigue manteniendo y alimentando el binomio de género, un feminismo que en vez de hacer petit pua hace boinas de punto redondo -con ese puntito femenino bohemio, oh, sí, qué mono- pero que sigue considerando víctimas a todas las mujeres y, por tanto, que las sigue victimizando y confinando en la pasividad; un feminismo que llama putas a las putas con una mezcla de condescendencia cristiana, lástima femenina y desprecio pequeñoburgués y que, como el otro, invisibiliza a un gran número de mujeres /personas designadas como mujeres/ transgénero, etc., así como diversas situaciones sociopolíticas, económicas, identitarias, sexuales, etc. y, por tanto a una diversidad de realidades tal, que termina por hacer el mismo honor al día de "la mujer" que las viudas cristianas. Amén.

Por todo ello, aquí va -dejadme soñar- mi baratérrimo programa imaginado del día Internacional de los Cuerpos Precarizados:



Por suerte, me queda el consuelo de saber que no estoy nada mal acompañadx en estas vindicaciones. Por suerte, somos pocxs, pero cada vez más, quienes sabemos que en la atención a lo diverso está la posible mejora de cada situación, diversa también. Porque este tipo de programas institucionalizados del día de la Mujer trabajadora, no sólo no hacen bien, sino que hacen mal. 

Cada cosa que hacemos educa. O todo lo contrario. Cada paso que damos. Si proponemos un programa pacato, que confiere a la mujer un lugar estanco -como mujer- y también como víctima -de violación, de abusos, de leyes, de precariedad, etc- no sólo estamos negando la posibilidad de que éstx se empodere (atiéndase que digo posiblilidad, de modo que, si no quiere empoderarse, lógicamente, también está en su derecho, ojo), sino que también estamos educándolx sentimentalmente en la derrota, la no acción, el sufrimiento y la pasividad, por el simple hecho de haber sido definidx socialmente como "mujer", categoría estanca. 

Y es todo tan parmenidesco, y da taaaanto #ascoputo, que le entran a unx ganas de ponerse el panta rei por montera y, flujo en mano, paja en mano, que sea lo que Foucault quiera, hasta la muerte dilatadxs, queridos cuerpos precarizados.

martes, 26 de febrero de 2013

PUTAS E INVISIBLES

Ays...

No quiero entrar otra vez en este debate, porque me parece bizantino, y porque por cada motivo que escucho en contra de la legalización de la prostitución, se me ocurren un montón a favor. Pero si hay algo que realmente me resulta molesto y cansino -y peligroso- en el discurso abolicionista -como el de Bea Gimeno- es la invisibilización que se hace de tooooooodos los tipos de prostitución que no sean: bio-hombre heterosexual que demanda favores sexuales a bio-mujer heterosexual que trabaja en precario o para un proxeneta que la explota y precariza en un club de mala muerte o en la calle. Olvidando así: la prostitución masculina, la prostitución de lujo, la prostitución matrimonial (ésta, además, exige exclusividad la mayoría de las veces), la prostitución gay, la prostitución bollo, la prostitución trans, la prostitución terapéutica (la gente con diversidad funcional también sexualidad y, por tanto, derecho, a ver satisfechas sus necesidades sexuales) y un sin fin de situaciones más en las que se paga por sexo, igual que se paga por cualquier otro trabajo.
Olvidarse de toda esa diversidad bajo el epígrafe "prostitución", apoyado además en las imágenes que nos evocan a la situación tipo que antes describo (basado en el binomio casi biológico hombre/masculino/hetero/opresor vs. mujer/femenina/hetero/oprimida), invisibiliza todas las demás situaciones, sus contextos, sus diferencias, sus particularidades sustanciales y, en definitiva, vuelve a caer, paradójicamente, en el error patriarcal de siempre, el de invisibilizar las diferencias y homogeneizarlo todo.

No voy a entrar ya en cuestiones de tradición judeocristiana, que son las que nos hacen entender el cuerpo como un templo, como algo sagrado, y todas esas gilipolleces que la cultura neoplatónica ha grabado a fuego en nosotrxs, por muy atexs que seamos. Tu cuerpo es tuyo, lo trates como un templo, como un vertedero, o como te dé la gana. Y si es tuyo para abortar, como tanto defienden los movimientos feministas, no veo motivo por el que para follar por pasta tenga que ser de otrxs. De todos modos, la prostitución no es mi campo de batalla, no soy prostitutx, mi pareja tampoco lo es, y no tengo en mi entorno más próximo a nadie que se haya dedicado a la prostitución. ¿Que si pagaría por sexo? Dependiendo de mi situación personal y de ma´s cosas, es probable. ¿Que si me prostituiría? Depende de en qué situación, y de con quien y de las prácticas sexuales, tampoco podría descartarlo. Claro que tampoco es el aborto mi campo de batalla, porque una noche loca o una rotura de goma a mí no me va resultar nunca un problema embarazoso, para qué nos vamos a engañar. Mi problema, más bien, es que sigo sin verme en los espejos de quienes dicen reflejarme. Mi problema es que sigo sin entender qué hacen ciertas bolleras alzando más la voz  y más fuerte, en contra de la prostitución que en favor de la adopción LGTBQI, o del bulling social y afectivo que sufren lxs adolescentes queer, por poner un par de ejemplos.

Mi problema es que cada vez tengo menos ganas de apoyar ciertas causas que me parecen justas, aunque no sean las mías, porque en el fondo sé que todas esas voces a las que he secundado, nunca van a venir a la hora de interceder por mi disidencia.

Es una cuestión de órdenes. Y privilegios. Quién soy pero también, qué puedo llegar a ser y qué pierdo si esto, o qué gano si lo otro. Sé que el patriarcado lo tiene bien montado y sé, por más que quiera convencerme de que no, que nadie está dispuesto a bajar un sólo peldaño en el escalón social de la cultura de los cuerpos sexuados, sin echar un pulso a muerte con lxs que vienen de abajo.
Y el castigo, para lxs que pierden, no sólo es pasar sin ser vistxs, sino tener que fingir que no ha sido así.

viernes, 22 de febrero de 2013

MANIFIESTO TRANSVIOLETA #23F

Los cuerpos migrantes no nos sentimos representados, ni por quienes deberían representarnos, ni por quienes dicen hacerlo. Pero como ya estamos más que acostumbradxs, no nos importa una mierda. Lxs queer, lxs trasngénero, lxs migrantes, lxs funcionalmente diversxs, lxs precarixs, lxs trabajadorxs sexuales, las bolleras, las maricas, lxs trans, lxs operadxs y lxs que no, cuidamos a vuestrxs hijxs, curamos vuestros cuerpos normativos, construimos vuestras casas heterócratas y vuestros coches patriarcales. Estamos hartxs de que nos digáis cómo debemos comportarnos, cómo debemos follar, cómo debemos interactuar con nuestros cuerpos y cómo debemos establecer nuestras relaciones socioafectivas.
No sé si legión, pero somos muchísimxs, aunque no lo creáis, y estamos cabreadxs. Así que saldremos a la calle este 23F para gritar que estamos hasta las gónadas -protésicas o no- de este sistema binario que se establece y se articula en base a estructuras duales obsoletas y ficticias del tipo hombre/mujer, capitalismo/socialismo, hetero/homo, público/privado, etc. que se alimentan desde el poder y, lo más grave, que se siguen alimentando también desde quienes dicen luchar contra él. 

Por eso uniremos nuestras voces migrantes, desgarradas, roncas, gastadas, chillonas, nasales, olvidadas, mutiladas, periféricas y en tránsito a todas aquellas voces que defiendan una educación y sanidad laicas, gratuitas y de calidad, además de todos aquellos servicios públicos, sociales y culturales que atienden lo diverso. No venimos a hacer las paces con nadie, venimos a por lo que nos pertenece. Uniremos nuestras voces a la marea verde, a la blanca, a la violeta y a todas las que estén dispuestas a dar un puñetazo en la mesa del heteropatriarcado y comprendan que el binarismo es el germen del veneno. 

Porque el capitalismo es el sistema, el patriarcado la cultura, la heterosexualidad la producción y el binarismo la filosofía pérfida que nos sume en el estatismo como cuerpos, como seres y como sociedad. No somos hombres ni mujeres. No somos, sino estamos. Antes bien, somos deriva. Y eso sí, estamos hartxs. 

domingo, 10 de febrero de 2013

OPINIONES, CULOS Y GÉNERO EN LA FM

Iba a hacer una entrada sobre como él otro día, un locutor de radio confundía género con sexo, a raíz de un concurso de carnaval que por lo visto se hace en Aguilar de Campoo, y que consistía también en confundir género con sexo ya que su título -con ese "gracejo" carnavalesco que no tiene gracia alguna- era, precisamente, "cambio de sexo", como si sexo y género fueran la misma cosa.

Iba a hacer una entrada sobre cómo el mismo día, el mismo locutor de radio hacía un chiste sobre la terrorífica celebración -aún, sí- de Las Águedas, asegurando que "las mujeres mandan por un día, aunque muchos dirán que en sus casas mandan todo los días y tendrán razón, je, je". Con tono de chanza, otra vez, con gracejo del que quiere hacerse el gracioso a costa de cosas que no tienen gracia alguna. 

Iba, decía, a hacer una entrada sobre cómo el mismo día, el mismo locutor de radio, criticaba que la llamada "tarifa plana" para autónomxs jóvenes se ampliara 5 años más para ellas (hasta los 35 años) que para ellos (hasta los 30), con un "pues si lo hacen por la igualdad, esto no es igualdad, que lo sepan, esto es discriminatorio. Igualdad es para todOs igual". Quedándose tan ancho, o más, que si supiera algo de políticas de igualdad, integración, pros y contras de la (mal)llamada discriminación positiva, etc.

Iba a hacer una entrada sobre cómo llamé su atención -la de este sapientísimo locutor local- a través de twitter, haciéndole llegar la idea de que me parece muy osado opinar a través de un micrófono de la Ser, con miles de oyentes escuchando lo que él dice, sobre políticas de género sin haber leído nada al respecto. Su repuesta no se hizo esperar: "¿y qué sabe usted lo que yo he leído o no he leído?"- me respondió airado. "Es evidente -repuse-, a poco que se haya documentado unx sobre el tema, no dice 'cosas'". La respuesta, de nuevo, no tardó en llegar, y como si hablara la masa estulta, esa que, según dice Ortega, cocea a la musa, espetó: "Discrepe usted si quiere, pero respete. Su opinión es tan respetable como la mía". Evidentemente, ahí ya me rendí. Me rendí a la violencia que ejerce la estupidez sobre el conocimiento, a la fuerza que deposita por la fuerza, valga la redundancia- la ignorancia sobre el estudio, la chanza sobre la investigación, la creencia popular -y forzosa- sobre el trabajo esforzado.

Mire, no. No todas las opiniones son igual de respetables. Si sumas las horas dedicadas a la lectura, estudio, vivencias reflexionadas y enfocadas desde una perspectiva de género de varias personas, comprenderá usted, querido vocero mentecato, que de su 0 a la suma de cinco o más cifras que pueda sumar -y siga sumando -no ya yo, sino cualquiera que haya investigado y trabajado sobre el asunto- le dará a usted la diferencia aproximada entre su opinión y la de alguien que sí tiene una opinión fundada. 

Porque no es lo mismo, como decía Platón, la doxa que la episteme, y porque empiezo a estar ya de la doxa hasta el ojete. El hecho de que todo el mundo tenga derecho a expresar su doxa, no significa que ésta sea equiparable a la episteme, o lo que es lo mismo, sea respetable en términos de conocimiento. No lo es, ni mucho menos. Mi opinión sobre la medicina no invasiva será eso, una opinión, que al lado de la de unx internista o unx estudiosx en el tema, será desde luego mínima, y no tendrá -y así habrá de ser- relevancia alguna. Porque si a mí me da por decir a través de un micrófono que la medicina no invasiva es una patraña total, "que lo sepan", no sólo no estaré haciendo bien mi trabajo, sino que estaré, con mi "opinión", infundadada, falaz y superficial, comprometiendo la salud de radiooyentes confiadxs.

Iba a hacer una entrada, decía, pero ya no. Porque las opiniones, esto es así, son como los culos, cada unx tiene la suya. Pero no pretendan ustedes, vocerxs que de todo opinan y de nada saben, hacernos creer que todos los culos son igual de respetables ni, mucho menos, igual de follables.
 

sábado, 19 de enero de 2013

Un poema con la palabra Rimbaud


[Si escucháis este soundtrack en forma de vídeo al tiempo que leeis, todo se acercará un poco más al poema que aún no he podido escribir, y gracias a la música de Stendhal Syndrome, vosotrxs creréis que yo he hecho las cosas mejor de lo que podría haberlas hecho.]


Hace mucho tiempo que no escribo una entrada en este blog. Podría decir que hace mucho tiempo que no escribo nada, pero sería mentira. En esta última semana escribí un artículo por encargo y un poema con la palabra Rimbaud incluida en el título. Puede que el poema no fuese gran cosa, pero su título era prodigioso. 

Hace mucho tiempo que no escribo una entrada en este blog. Podría decir que hace mucho tiempo que no tengo nada que decir, pero sería mentira. En esta última semana, he cerrado dos poemarios completos y avanzado notablemente un tercero. Además he estado en China, y en la muerte, y en el destierro. En el destierro también. China y la muerte son un poco la misma cosa. El sábado estuve en Burgos, y en Pekín a un tiempo, mientras estaba ajenx a todo esto. En Burgos y en Pekín a un tiempo mientras mi abuela -que era un poco más bien como mi madre- moría y mi madre -que era un poco, más bien, como cualquiera- me telefoneaba desde el fondo de un personaje de Kundera. 
Mi amiga M dice que en Burgos siempre late el corazón, pero no es verdad. En Burgos siempre se pierde algo. En Burgos siempre -Rodrigo Díaz lo sabe- se cierran todas las ventanas y las noches llevan cartas 
con severas prevenciones y fuertemente selladas. Siempre hay niñas de nueve años, es cierto. Siempre hay cierta clase de amor pugnando por deshacer el frío bajo el hielo, pero los caminos que se abren no son muy transitables, porque la nieve sucia de lxs que tienen miedo va quedando amontonada en las cunetas de la noche y todo empieza a adquirir un aspecto ligeramente caduco y siniestro. Aún así, M tiene razón en una cosa: aunque no prometas mil misas al altar de la virgen, la ciudad siempre está dispuesta para tu regreso porque allí, esto es un hecho, nunca se gana la primera vez, pero siempre se gana algo.

Aun así, como decía, el sábado, en Burgos, China y la muerte. Como decía, Ping Pang Qiu y tres llamadas perdidas. Angélica Liddell y tres llamadas perdidas. El amor roto por aquello que se ha roto, que se rompió por amor, y tres llamadas perdidas e insurrectas vibrando en mi bolsillo, quemando en mi bolsillo como patatas calientes. El teatro y la muerte son la misma cosa. A veces, la misma cosa. El teatro y la muerte. China y la muerte. El destierro y Burgos. Ideogramas y voces, palabras que explotan, que desenfundan y disparan y las voces, el fuego, los discursos a tres manos, los números impares y los besos, también, a veces, necesarios como los víveres. Me gustó todo eso, y más. Las perras en escena, tantas perras -las perras siempre acaban por gustarme, de un modo u otro-, la tensión que se crea entre la rabia y la gestión de la rabia, entre el hedonismo y la disciplina, entre la entrega y el desprecio, entre el dolor y el bálsamo. 

Eso y más. Toda la noche. Muchas cosas. El teatro y la muerte. Su nombre -el de mi abuela-, asturiano como las cosas pequeñas y tristes, como ella, pequeña y tomada como una casa de Cortázar, y Angélica Liddell, mínima, también, pequeña y empañada como se empañan las cosas en La Corredoria. 
La realidad y el deseo. Cernuda y los muchachos. La ficción y el dolor. Muchas cosas.

El fuego y la arena, los elementos, la revolución que se comprende -y sólo se comprende- desde la libertad creadora. Porque Bakunin, porque "la libertad de los demás extiende la mía hasta el infinito". Porque Ortega, porque "donde quiera que las jóvenes musas se presentan, las masas las cocean". Porque la revolución que es contrarrevolucionaria, porque todas las voces del pasado son las palabras con las que la vanguardia resulta indescifrable para los oídos presentes. Muerte y teatro. Teatro y muerte. Tres llamadas perdidas y nuestras vidas son los ríos mientras Liddell es cada vez más Houellebecq y yo soy cada vez más Houellebecq, porque hay días en los que Houellebecq es todas las cosas de este mundo. Porque hay días en los que todxs necesitamos un whisky antes de comer, porque "los taxis son unos cabrones que no se paran aunque unx reviente"; porque "lxs hijxs somos la trampa que se cierra, lx enemigx al que hay que seguir manteniendo y que les va a sobrevivir"; porque "llega un momento en la vida de unx en el que busca un nuevo paradigma: no solamente otra manera de ver el mundo, sino otra manera de situarse con respecto a él"; porque todxs somos un "cambio menor". 

Quería hacer un poema con todo esto. Quería hacer un poema pero cómo podría. Un poema digno, un poema discreto, un poema que, aunque no llevase a Rimbaud en el título fuese, al cabo, un poema de amor, un poema homenaje, una especie de elegía errática que trajese a la memoria y de la mano, la ausencia y la ficción -Ramos y Liddell-, la oquedad de la presencia y la inefabilidad de lo real -Liddell y Ramos-, el bálsamo herido del punto de fusión del teatro y la muerte. Premio Nacional de Teatro y 87 años llenos de cosas que pasan. Que han pasado. Quería hacer un poema. Quería hacer un poema, ya digo, pero cómo. Quería ser un poco Huidobro. Quería parir Altazor. Escribir que "nací a los 33 años el día de la muerte de Cristo". Quería ser un poco Juan Ramón y escribir Espacio. Escribir Espacio y decir algo sobre "el idioma, ¡qué confusión!, qué cosas nos decimos sin saber lo que nos decimos. Amor, amor, amor (lo cantó Yeats), amor en el lugar del escremento”. Quería ser un poco Ginsberg (bueno, en realidad Ginsberg quería ser bastante) y hacer una confesión en forma de aullido, escribir Howl y empezar diciendo "I saw the best minds of my generation destroyed by madness". Algo así quería hacer con todo esto. Un poema como esos. Pero, joder, cómo podría. Aunque no llevase a Rimbaud en el título y no dijese nada de Being Beauteous.

Después el tanatorio y mujeres amenorréicas besando mi cara. Mujeres amenorréicas a las que no conozco, mujeres amenorréicas que se saben mi nombre, y dicen, ¡oh, dios, vaya! y cosas por el estilo, y huelen a maquillaje en crema, a colonia de imitación y a tabaco frío. Estoy cansadx, estoy sentadx, estoy de pie. Tengo un virus haciendo de mi cuerpo un campo de batalla, una muerte y un destierro haciendo de mi cuerpo un campo de batalla, y un poema que no se quiere dejar escribir. Soy todos los poemas no escritos de este mundo mientras mis tripas se retuercen, pero ahora cambiaría todos los poemas no escritos -y los escritos también- por una buena taza de té caliente y un abrazo en condiciones. Me los bebo, los dos. El abrazo y el té. Con limón. El abrazo y el té, y me acuerdo de María Llopis, y de aquella entrada en el blog de María Llopis, y me acuerdo de mi padre. También me acuerdo de él, claro, y de su muerte, y de cómo entonces los cuerpos amenorréicos también se acercaban a mí sabiéndose mi nombre, oliendo del mismo modo y diciendo las mismas cosas. ¡oh, dios, vaya! Añadiendo un ¿estás aquí ahora? que lejos de ser ontológico es estúpido. No vas a poder reconfortarme, queridx, no así. No me conoces de nada, y tu torpeza indiscreta me dice que así va a seguir siendo.

Escribir un poema enorme. Cómo podría. Me vienen un par de versos que ya he olvidado y se me cruzan imágenes de Liddell sobre el escenario con otras del último día que la vi, a mi abuela digo, apenas un día. La última fotografía que le hice, que nos hicimos, con mi móvil, se funde con la imagen de las protestas de la plaza Tian'anmen. Los pequeños cuerpos frente a los poder fácticos. En mi foto y en el escenario. Los pequeños cuerpos peleando, pequeños y tristes, todas las cosas inconmensurables. En el escenario, y en mi foto. Este fin de semana no era para tener a la muerte cerca. Ni para el teatro tampoco. Este fin de semana era para viajar a Granada -Granada, su Granada, la de Federico, digo- y dejarse llenar de Ladyfest. Este fin de semana don't tag era para Coco Riot, Madeleine, Scooby Dub y todos los Good save the queer que han hecho posible esa genderfucker. Este finde de semana era para mear, de pie y sentadx, en todos los retretes de este mundo, y hablar de literatura queer y dejarse 'queerer' por la Alhambra y do it yourself todo el rato. Era para la acción, no para la muerte en escena, ni para los poemas que no habrán, nunca de escribirse. No para hacer esta entrada, ni para el coche en el taller -reparación nimia pero premonitoria como una novela de Ray Bradbury-. No para abrazar a mi hermano, no para que mi amor me abrace y llorar en medio de la noche. No para el teatro y la muerte. No para el teatro de la muerte. No para la muerte del/en/al/por/entre/sin/durante el teatro. No para haber deseado escribir un poema mejor o acordarme de aquella frase de Loriga: "al final, la vida siempre te ofrece un trato".

Hace mucho tiempo que no escribo una entrada en este blog. Podría decir que hace mucho tiempo que no escribo nada, pero sería mentira. En esta última semana escribí un artículo por encargo y un poema con la palabra Rimbaud incluida en el título. Puede que el poema no fuese gran cosa, pero su título era prodigioso.